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Zamorano (remate de cabeza), Arias (marcaje individual), Baraja, Zidane, Xavi... |
Desde bien pequeño nunca dejó de
fascinarme el proceso de aprendizaje progresivo durante las sesiones de
entrenamiento. Una de las evidentes ventajas de haber crecido con un padre
entrenador es, más allá de sufrir en tus carnes alguna “paliza” física que
otra, observar desde dentro las rutinas de trabajo, el aumento de las cargas y
las mejoras paulatinas de los jugadores que componían los clubes donde mi
progenitor entrenaba. En el aspecto físico, la mejoría saltaba a la vista: de
pasarlo extremadamente mal en pretemporada, a estar como “toros” en los meses
de noviembre y diciembre, preparados para soportar la exigencia de unos meses
muy duros de competición.
No obstante, la evolución técnica
del jugador era un factor que rara vez dependía del entrenador. Un grupo de
futbolistas, a partir de su etapa juvenil, se comporta como un bloque compacto,
moldeable según las exigencias del míster y el modelo de juego que pretende
implantar en dicho equipo. Un trabajo laborioso y que, por desgracia, deja poco
espacio para potenciar aspectos individuales que, en otros deportes, son
obligatorios. El baloncesto profesional, sin ir más lejos, supone una muestra perfecta
de lo anterior.
¿Por qué en el fútbol profesional
no se trabaja tanto, o tan a fondo, el entrenamiento específico?
Es algo de lo que hablábamos hace
años mi padre y yo, y que siempre me he preguntado a la hora de evaluar el
trabajo de los diferentes cuerpos técnicos en equipos de alta competición.
Predicar con el ejemplo, enseñar de forma práctica al futbolista, utilizar los
conocimientos acumulados para lograr una mejora palpable, especialmente en el
apartado técnico. Rescatando de nuevo el símil del baloncesto, un par de casos
me vienen a la mente: en Los Ángeles Lakers, el trabajo del mítico Kareem
Abdul-Jabbar enseñando movimientos específicos al poste al por aquel entonces imberbe
Andrew Bynum; y en el caso de Dirk Nowitzky (Dallas Mavericks), contar con una
leyenda como Holger Geschwindner como profesor particular en la mecánica de
tiro.
En España se pueden contar con
los dedos de una mano los clubes que segmentan el entrenamiento de estas
facetas. Hace años que la figura del preparador de porteros está plenamente
instaurada y reconocida internacionalmente. Pero, extrañamente, no existen
figuras parecidas a la hora de enseñar a un jugador a desmarcarse, a realizar
un control orientado, a rematar de cabeza o a regatear en carrera. Al menos, no
de forma generalizada. Dicha labor recae en el entrenador, en las etapas más
tempranas de formación, y con el paso del tiempo se deja en manos de la
habilidad innata del jugador. Excepciones: Rafa Benítez, cuyas célebres
“clases” a John Carew en su día fueron muy comentadas; o Joaquín Caparrós,
implicado siempre en los procesos formativos de los jugadores de cantera y que
en su etapa en Lezama dejó un legado con nombres tan interesantes como Iker
Muniain o Markel Susaeta, como puede verse en el
siguiente vídeo. No es un mero aprendizaje:
es perfeccionamiento.
Vamos a aplicaciones prácticas.
Imaginen al mejor exponente de una habilidad concreta, al servicio de un club
para transmitir todo su conocimiento desde las categorías de fútbol base hasta
los integrantes del primer equipo. Imaginen a Xavi Hernández mostrándoles a los
chavales sus secretos para proteger el balón con el cuerpo y mantener la
posesión. A Zinedine Zidane enseñando el arte del control y amortiguación del
balón en carrera. A Rubén Baraja corrigiendo y demostrando cómo, cuándo y con
qué potencia debe realizarse un cambio de orientación de cincuenta metros. Al
histórico Ricardo Arias iniciando a un grupo de chavales en la difícil tarea
del marcaje al hombre. A Iván Zamorano ejecutando con maestría los tres tiempos
del remate de cabeza mientras sus alumnos observan asombrados. A Luis Aragonés
vacilando a sus pupilos por ejecutar mejor que ellos los lanzamientos de falta…
Bueno, esto último ya lo hemos visto durante años. Y Aragonés, palmarés
mediante, parece saber de qué va el asunto.
Quizá se trate de una utopía,
vistas las dificultades económicas que atraviesa actualmente el fútbol español,
que los clubes se decidan a dar el paso y a incorporar de forma decidida a
exjugadores dentro de su organigrama con unas cualidades tan marcadas que sean
ejemplos para los chavales de la escuela. Pero siempre he pensado que los
específicos en fútbol deben trabajarse con la misma intensidad que la
preparación física o táctica, incluso cuando los jugadores han dejado atrás ya
sus etapas de benjamín, alevín o cadete. El hambre y las ganas de mejorar
incluso cuando has alcanzado la madurez futbolística son, sin duda, dos
cualidades de incalculable valor que los clubes deben incentivar. Y si vas a
seguir aprendiendo cada día, ¿por qué no hacerlo de los mejores?
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