miércoles, 6 de junio de 2012

María sí tiene quien le escriba


He dejado pasar una semana. Siete días que han servido para templar ánimos, calmar nervios y pensar en otras cosas tras conocer la noticia. El cuerpo me pedía revancha, "vendetta", justicia en forma de palabras para compensar aquella que la ley se dejó por el camino.

No hay derecho.

El 7 de julio de 2006, un borracho atropelló a dos amigas mías. A una de ellas, María Giner Garrigós, 19 años, le quitó la vida. La podéis ver en la foto que encabeza estas palabras, a la derecha. Por suerte, la otra víctima (también se llama María) salvó su vida de milagro, aunque el recuerdo de lo ocurrido será difícil de olvidar por mucho tiempo que pase. La semana pasada, después de seis años, el juez decidió que el responsable de semejante atrocidad ni siquiera sería encarcelado. Al tratarse de una pena inferior a 24 meses, se sustituye por otra menos gravosa cuando no hay antecedentes. Se va de rositas.

Barato, ¿no os parece?

Mi idea original era volcar en estas líneas toda la indignación, bilis, mala hostia y cabreo acumulados después de seis años de proceso culminados en una sentencia irrisoria. Acordarme del "angelito" que causó todo esto, de su conducta imprudente, de la falta de escrúpulos de su abogado, de la manipulación ejercida durante el proceso. Del hecho de que, a estas alturas, no haya llamado a la familia de la víctima para, qué menos, arrepentirse y pedir perdón por un acto imperdonable.

Esa era la idea... pero imagino que no es lo que María hubiese querido. Repasando fotos de archivo hoy, imaginaba el calvario que tiene que haber sufrido su familia. El que han sufrido sus amigos y amigas más cercanos. Y, en un ejercicio que me ha puesto los pelos de punta, he repasado imágenes en las que aparezco junto a ella para luego ver fotografías más recientes, mías, en las que me rodea mi familia. Con la mano sobre la pantalla, he tapado a mi hermano para ver la imagen sin su presencia. ¿Cómo habrían sido seis años sin él? Luego he colocado la mano sobre mi foto. ¿Cómo estaría mi familia si algo me hubiese ocurrido a mi?

Los sentimientos cambian de color rápidamente. En apenas unos minutos, la ira y la rabia han dado paso a la tristeza. Al recuerdo. Así prefiero cerrar este capítulo tan negro para la vida de tantas personas, de sus padres, de sus familiares, de sus amigos: homenajeándola mediante tres textos muy similares y, al tiempo, distintos entre sí. 

El primero de ellos, obra de Ramón Palomar, publicado el 16 de julio de 2006, apenas unos días después de que María se nos fuese. Sin ni siquiera conocerla, Ramón construyó un perfil increíblemente acertado de ella.

19 AÑOS
Resulta muy difícil explicar la intensidad devastadora con la que la muerte puede golpearnos. Y luego, están siempre todas esas preguntas que giran en nuestra cabeza en una mezcla de absurdo y perogrulladas... ¿Por qué un fallecido en nuestro entorno, en nuestra sociedad de bienestar y consumo rampante, nos impacta mucho más que cien mil muertos en África? Supongo que el zarpazo fúnebre te trastorna por su proximidad, por su brutalidad, por su efecto de siniestra sorpresa, por el cariño que la persona que nos deja te producía, por tantas y tantas cosas...  
No suelo fijarme en las esquelas, pero hace unos pocos días vi una en este periódico que me provocó algún extraño resorte y desde entonces le doy vueltas a ese fallecimiento. A una chica de 19 años se la llevó por delante un coche pasado, supongo, de gasolina y alcohol. 19 años. Quizá ha sido esa cifra, 19 años, lo que me ha sumido en una perplejidad bañada de infinita tristeza. 19 años; qué edad. A los 19 años te sientes mayor porque ya has superado la novatada de los 18 y su mayoría de edad y su permiso de conducir y todo ese nuevo universo que se despliega ante tus voraces ojos. A los 19 años lo contemplas todo desde el ansia de la curiosidad y se abre ante ti un horizonte prodigioso de amores, fragores, rumores, perfumes, melancolías, quebrantos, alegrías, fracasos, triunfos, arrebatos, estudios, trabajos, viajes, amistades, enemistades... La vida empieza a los 19 años y a esa chica se la arrebató una infernal chatarra rodante en esta ruleta rusa nuestra del asfalto y las madrugadas. Imagino que ninguna muerte es justa, pero nadie debería morir a los 19 años cuando acababa una noche de risas que olían a la adolescencia que se difumina. Yo no conocía a esa chica, ni a sus padres, ni a su familia, sin embargo tan sólo me gustaría enviar desde aquí un sincero abrazo a los suyos. 19 años. Dios, qué edad...

El segundo fue publicado hace unos días en la sección de Cartas al Director del diario Las Provincias. La autora es Alicia (en la foto, la que está en medio), la mejor amiga de María y una de las más de cerca ha vivido estos seis años de calvario.

QUÉ POCO CUESTA UNA VIDA
Una sentencia condena a sólo 13 meses de prisión al culpable de la muerte de María Giner. Seis años después del atropello hemos tenido que soportar un largo y horrible juicio, reviviéndolo todo. Pierdes a una gran amiga y el culpable, que iba bebido, dice que la culpa "fue exclusivamente de las víctimas" y su abogado pide la libre absolución. María tenía 19 años, carácter alegre, eterna sonrisa, defensora del Carpe Diem. Le arrebataron la vida en unos segundos. La sentencia está clara: la culpa fue de él, en ningún caso de las víctimas. Bebió, cogió el coche, condujo a gran velocidad y se llevó por delante a mis dos mejores amigas, una tristemente fallecida. Él no irá a la cárcel, pero espero que nunca olvide lo que pasó. Nosotros no podremos.

El tercero y último se remonta al año 2007. Cuando se cumplía un año de lo ocurrido, redacté una pieza para familia, amigos y compañeros. Con ese escrito quiero cerrar este capítulo, sin guardarme nada, tras decirlo todo. María sí tiene quien le escriba. Y desde luego, por mucho que pasen los años, tiene a quien le recuerde. Así debería ser siempre que una buena persona se va. O nos la quitan.

Hace ya un año que a todos nos arrebataron una pequeña parte de nuestra inocencia. Habrán sido doce meses especialmente duros para conocidos y amigos, pero ante todo para la familia de María. Una vez alguien dijo que la pena pasa, pero que el recuerdo siempre permanece. Y estos días, esta frase cobra un significado especial. 
No es dolor lo primero que nos viene a la mente al recordar a María. En absoluto: son sus risas, su manera de ser, lo primero que regresa a nuestra memoria al revivir tiempos pasados. Tiempos de juventud, sin límites, donde todos y cada uno de nosotros nos sentimos confiados, invencibles, omnipotentes. Capaces de moldear el mundo, y de paso nuestro porvenir, con nuestras manos desnudas y una pizca de ilusión. Una ilusión imposible de contener, de frenar, de ignorar. Esa llama de la juventud que, en el caso de María, se extinguió hace un año. El resto de nosotros apenas pudo mantenerla ardiendo. 
Lo cierto es que lo ocurrido nos paró los pies. Los soñadores despertaron de pronto, los optimistas borraron su sonrisa. El ser humano pasó a ser frágil, pequeño, una minúscula gota en un inmenso mar azul. De pronto, vimos como una parte de nuestras vidas desaparecía sin un motivo justificado... y eso nos hizo mayores. Todos maduramos de golpe, un golpe demasiado injusto para ser comprendido. Como ocurre con la mayor parte de las cosas que nos pasan en esta vida. 
Sin embargo, siempre existe ese brillo al final de tanto castigo. Y es un brillo tan real como lógico e inevitable. Porque María no quería nuestra pena. Puede que suene a tópico, pero es cierto: ella no era así. Niña de carácter extrovertido, adolescente de eterna sonrisa en el rostro, mujer de guiños cómplices y luz en la mirada. Una chica así no valoraba irse de fiesta a una discoteca: lo que de verdad la hacía feliz era hacerlo con sus amigos. Era de ese tipo de personas que escriben el nombre de chicos que les gustan en la arena de la playa. No le agradaba estudiar demasiado, pero lo hacía para poder superarse a sí misma y, por qué no decirlo, para darle alegrías a sus padres. 
Al final, estos trances convierten en relativos hasta los asuntos más importantes. Cuando pierdes a un amigo, la carrera deja de ser fundamental, estudiar pasa a ser secundario, el dinero y el trabajo se tornan irrelevantes. Te percatas de forma súbita de que, aunque parezca mentira, el reloj corre. Avanza inexorable y sin detener su compás. Para todos. Y es nuestro deber, nuestra obligación para con nuestros amigos, darle buen uso al tiempo que nos otorgan. Ella lo hizo, y su recuerdo permanece entre nosotros. Un año después, sus amigas recuerdan cada palabra, cada gesto, cada risa nerviosa en su cara risueña. Nadie la ha olvidado, porque nadie podría olvidarla. Involuntariamente, nos enseñó a valorar lo que de verdad importa, y nos convirtió en mejores personas. 
Por eso queremos que estas palabras sirvan para recordarla, al igual que su recuerdo ha servido para escribirlas. Ella sigue entre nosotros, ayudándonos día a día a crecer. A madurar, a querer, a ser felices. A aprovechar al máximo cada momento. María creía firmemente en eso: "Carpe Diem", decía junto a sus amigas, "disfruta el momento". Ese momento ha llegado: el de cuidar a tus amigos, el de querer a tu familia, el de ser una buena persona en un mundo tan injusto con aquellos que siempre caminan con una sonrisa en el rostro. Luchar por lo que quieres y recordar siempre que somos finitos, y que cada segundos que no disfrutamos de la vida es un segundo desperdiciado. 
"Carpe Diem" a tí también. Nunca lo olvidaremos. Nunca te olvidaremos. 
Fdo.
Los Amigos de María
"Una vez fuimos jóvenes, y queríamos cambiar el mundo"

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